Cuando percibas que hace falta la comunicación, tal vez sea tarde para hacerlo


NOVEDAD EDITORIAL

lunes, 2 de junio de 2008

COMUNICACIÓN AMBIENTAL, PARADOJAS LOCALES

No por crueles, dejan de ser oportunos aquellos comentarios tantas veces escuchados respecto de que “la comunicación es una cháchara que bien puede suplirse desde el sentido común” o que “la ecología y lo ambiental son una pantalla para no tratar problemas de fondo como la pobreza o las barreras arancelarias, que los países centrales quieren ponerle al desarrollo de los países periféricos”. Consecuentemente y siempre con esta visión, ser comunicador es algo parecido a ser un vendedor de humo y ocuparse de lo ambiental, un sinsentido reservado para aristócratas aburridos o ex militantes de izquierda, que buscan encontrarle un nuevo sentido a su lucha, desde ya perdida. Así las cosas, lo ambiental ha demorado más de una década en posicionarse en la agenda pública y algo parecido ha ocurrido con la comunicación. Pero estas “dos hermanitas perdidas”, comparten también otra característica común: su ascenso en la consideración gubernamental y pública se debe a hechos que las han llevado a ocupar el centro del escenario de la opinión pública, de una manera casi accidental. Lo ambiental se instaló en la agenda pública por obra y gracia del conflicto binacional por las pasteras de Fray Bentos y la comunicación, por la automática asociación con el periodismo (esa bestia tan temida). Paradójico: la crisis ambiental rioplatense es muy anterior al conflicto por las pasteras y la comunicación es algo más complejo que una sola de sus manifestaciones: el periodismo. Así es cómo hoy se explica que la política ambiental de la Argentina parece solo atada a la suerte que tenga nuestro país, en sus reclamos ante la instalación de Botnia y que tener una estrategia de comunicación, sea entendido por más de un funcionario y empresario como la posibilidad de ser bien tratados o directamente ignorados, por los medios de comunicación. Esta superficialidad denota que tanto la Comunicación como lo Ambiental, aún no han perforado la cultura oficial. Son temas que se abordan por conveniencia y porque es políticamente correcto nombrarlos cuando se trata de proyectar en un power point, una estrategia oficial o privada sobre cualquier tema que roce lo ambiental. Ejemplo: en un importantísimo proyecto para erradicar el basural a cielo abierto de una de las más turísticas ciudades argentinas, un organismo internacional que es soporte financiero de ese proyecto, que ronda los 100 millones de pesos, recibió la aprobación de ese municipio para que el componente de comunicación (que abarca toda la tarea de amortiguación comunitaria), se las arregle con la friolera de… 30 mil pesos. La comunicación allí, sólo está para el power point y así como la leen (con minúsculas).


Paradoja II
Mientras esto ocurre, hay indicios de un cierto cambio de paradigma en torno a la comunicación y lo ambiental. En 2007, un pool de importantes empresas locales vinculadas a la generación de biocombustibles, abonó con buen gusto una importante cifra para que un selecto número de sus integrantes escuchen en vivo y en directo, a quien puede definirse como el mejor comunicador ambiental que quien esto escribe haya podido escuchar y ver: Al Gore. Esto ocurrió un tiempo antes de que la Academia Sueca de Ciencias distinguiera a Gore y a un grupo importante de científicos (varios argentinos incluidos), con el Premio Nobel de la Paz. Vale detenerse por un instante en este referente por varias razones. La primera es que se trata de un hombre del sistema político del país más poderoso del planeta (primer responsable de las emisiones de gases efecto invernadero que producen el cambio climático, como el mismo se ha empeñado en reconocer). La segunda razón, es que Gore articula sus acciones con el impetuoso sector de las comunicaciones (es accionista de la empresa Apple que fabrica los ordenadores Macintosh). La tercera, señala que Gore ha sabido pulir un don natural (el de establecer empatía con sus receptores, sean éstos alumnos del MIT o de una escuela pública del más humilde de los distritos del conurbano bonaerense). Fruto de ello es su magnífico poder de persuasión que lo coloca en la misma fila de grandes comunicadores como Martin Luther King, aquel pastor de color cuyo “I have a dream”, aún retumba entre las señoriales baldosas de la Av. Pensylvania. La cuarta razón y tal vez la más importante, es que Gore no ha sido un oportunista dirigente político que vio en la ecología la escalera ideal para subir al poder. Gore viene del poder (es uno de los superdelegados que en la próxima Convención del Partido Demócrata definirá el aspirante presidencial de ese partido) y estando en ese poder fundó el Programa Globe, uno de los más ambiciosos proyectos de educación ambiental que alguna vez desembarcara en la Argentina en el mayor de los silencios, trabajando con miles de niños que descubrieron el maravilloso mundo de la ciencia. Pero de una ciencia viva, que les habla del agua que beben y de la que no es conveniente que beban; del aire amenazado por el monóxido de carbono y de tantas otras cuestiones que los científicos tutores del Programa Globe bajaron de la torre de marfil para que sean comunicables y entendibles por los que a mi juicio, son también los mejores comunicadores ambientales: los niños y jóvenes. Los mismos que no tienen prejuicios de chácharas y barreras arancelarias, esos niños que alguna vez nos emocionaron al ser legisladores por un día en la legislatura porteña, para impulsar proyectos ambientales y ecológicos, que empalidecieron las iniciativas de más de un político profesional.
Sería bueno no esperar a que una catástrofe sea la que perfore la cultura oficial e instale dramáticamente la cuestión ambiental. La Comunicación (así, con mayúsculas), es una de las herramientas para lograr tan trascendente objetivo. Pero aún así falta el concurso de otras herramientas de suma importancia y la principal es la decisión política y el rol de la ciudadanía. Hagamos votos para que la primera surja de un ejercicio intelectual honesto y responsable y la segunda, a partir de una sociedad que salga a las calles no sólo cuando le toquen su bolsillo.

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