LA COMUNICACIÓN ESTÁ FALLANDO PARADOJICAMENTE EN EL MOMENTO EN EL QUE MAYORES RECURSOS TECNOLÓGICOS Y HUMANOS SE DIPONEN PARA OPTIMIZAR LA CONECTIVIDAD ENTRE PERSONAS E INSTITUCIONES. En la era de internet, y los sofisticados dispositivos móviles como I Phone, Black Berry, Palm Treo o Ipaq, se asiste al más ridículo catálogo de fallas de comunicación, por parte de funcionarios, empresarios y comunicadores, atiborrados de recursos tecnológicos.
NUNCA ANTES SE DISPUSO DE TANTOS CANALES DE COMUNICACIÓN Y POCAS VECES TAMBIÉN SE HAN REGISTRADO TAN SERIOS PROBLEMAS PARA ESTABLECER DIALOGOS A TODAS LUCES NECESARIOS.
En primer lugar bueno es asomarse al escenario global y comprobar que aquello que ocurre en nuestro medio con la mala comunicación, también ocurre en otras latitudes. La propia Hillary Clinton no escapó a las fallas de comunicación en su estrategia de campaña, para las primarias de su partido. Allí están las consecuencias a la vista con Obama ya entronizado como candidato demócrata para las próximas presidenciales de los EEUU. Mientras la senadora repasa cada paso de su accidentado trayecto, su contrincante es citado como caso de estudio en ciertos think tank de comunicación por sus aciertos sobre todo en materia de recaudación de fondos por canales informales como internet y por su eje discursivo basado en una estrategia de comunicación que privilegió el contacto más cercano y desacartonado con los ciudadanos medios.
Como le ocurriera a Mrs Clinton, tampoco ha sido un manual de buenas prácticas en comunicación, lo hecho por monsieur Sarkozy y su mezcla continua de alcoba y protocolo de estado. A tipos tan particulares como los franceses, no les resulta aceptable semejante confusión de escenarios. Allí están también los resultados con una imagen presidencial gala en franca caída.
Sin embargo hay una diferencia abrumadora entre los casos antes citados y lo que ocurre en nuestro país, por el lado de las consecuencias que traen aparejadas las malas o ausentes estrategias de comunicación de los dirigentes. En los EE.UU o en Francia, el escenario institucional no se reciente por los desaciertos comunicacionales de sus líderes. ¿Hace falta entrar en detalles sobre cómo funciona esto mismo en la Argentina?.
La siguiente pregunta a formularnos sería si la comunicación disimula las falencias políticas y es probable que las respuestas vayan en dirección afirmativa y con una urgente aclaración: disimular no es solucionar. Sin embargo disimular errores permite ganar tiempo, cosa que en política (incluso corporativa), puede ser muy útil en tanto ese tiempo se invierta en rediseñar la estrategia. En la actividad empresarial esto generalmente se hace, en la actividad política sencillamente no. ¿Por qué la misma sociedad que interpreta como un acto de madurez de parte de un empresario el reconocer su error, interpreta como una debilidad política que un funcionario reconozca también su error?.
La sociedad argentina no ha perdido su fuerte sesgo hipócrita y hasta la clase periodística hace gala de una paradoja que resulta cruel en este tiempo: se pide de las máximas autoridades actos de humildad y autocrítica (que ningún formador de opinión pública por otra parte hace) y se señala debilidad en el ejercicio de la autoridad, cuando esas mismas autocríticas aparecen de boca o en los hechos de los funcionarios.
Falta humildad en las autoridades, falta sinceridad en los ciudadanos y falta coherencia en los formadores de opinión, que como ya es sabido no forman opinión en un solo sentido (el de los ciudadanos ávidos de información), sino que también forman opinión en los funcionarios que están cada vez más necesitados de conectividad con la sociedad. Más que fallas de comunicación, estamos asistiendo al espectáculo complejo de una comunicación que en las letras de molde de los grandes diarios, expresa una uniformidad de paradigmas, sintetizados en los siguientes ejes:
· Autoridad-gobernabilidad-órdenes, por oposición a:
· Debilidad-ingobernabilidad-estado de asamblea
Hay otro enemigo mortal de la buena comunicación política y es la celeridad de los tiempos. El ordenador sobre el que escribo estas líneas, está montado sobre una plataforma informática que ha aumentado su velocidad en progresión geométrica, desde aquel paleolítico Pentium I que soportaba los primeros procesadores de texto a hoy. Hasta los deportes acusan un fuerte cambio en la velocidad y se valora paradojalmente a aquellos que en el vértigo son capaces de aportar su cuota de pausa, paso imprescindible para la serenidad y la mejor resolución. A Arturo Illia lo denostaron con el mote de “tortuga”, quien sabe si acaso por nefasta oposición con otros presidentes cuya “rapidez” nos depositó en donde estamos. Acaso el mejor ejemplo de paradoja en la comunicación política, sea aquel “…dicen que soy aburrido”, que comunicó impecablemente la idea elaborada por un mago de la propaganda política, que obvió el pequeño detalle de no sopesar si su “cliente” respondería en la práctica a semejante carga de expectativas. Después de todo, a ese mismo presidente algún opinólogo de revista política seria, lo profetizó como “el Kennedy argentino”… y siguen las firmas.
La comunicación puede disimular errores, pero no hacer milagros…
LA EXCEPCIÓN: EL CASO DE LA CORTE
Los problemas de comunicación en el marco institucional encuentran su excepción en el caso de la Corte Suprema de Justicia, una de las instituciones más denostados y desprestigiadas de la década de los 90. Luego de aquel negro periodo en el que nuestro máximo tribunal jurídico se sumergió en el fangal, la impronta de sus nuevos integrantes y el prestigio de esos mismos juristas, han oxigenado a la Corte y la van reconciliando con los ciudadanos de a pie, sobre todo aquellos que no tienen como patrocinadores a los mejores o más mediáticos estudios de abogados, esa inmensa marea de ojos y oídos que durante la década en la que se transfirió buena parte del patrimonio nacional, se mantuvo pasiva aunque fuera del paragüas que esa misma Corte colocaba sobre las cabezas de los pocos que hacían negocios con el capital de muchos, como luego ocurrió con el tristemente célebre corralito. La incomunicación de aquella Corte de los 90 con la sociedad, es simétrica a su desprestigio. Ese camino desandó esta nueva Corte que hoy tenemos, en la cual algunos de sus integrantes no temen dar declaraciones y hasta permitirse presenciar algunos actos en los que se los ve como más cercanos al común de los mortales. Hay allí una nueva forma de vincularse con los ciudadanos, una estrategia de comunicación que probablemente no provenga de ningún gurú de esos que fatigan los pasillos de ministerios o de la propia Casa Rosada. La elevada y fuera de toda discusión, capacidad intelectual de los miembros de esta Corte, es el reaseguro de una comunicación que simplemente fluye…
No hay comentarios:
Publicar un comentario