Augusto Timoteo Vandor fue uno de los dirigentes sindicales más importantes de la Argentina. El Lobo, como lo llamaban sus compañeros de ruta gremial, fue secretario general de la poderosa Unión Obrera Metalúrgica (UOM), lo que le habilitaba automáticamente la posibilidad de ser el mandamás de las 62 Organizaciones, la rama política del movimiento obrero peronista. Todo esto en tiempos en los que el líder justicialista vivía en el exilio madrileño de Puerta de Hierro. Tiempos también en los que en las "62..." y muy al lado de el Lobo Vandor, hacía sus palotes Paulino Niembro. Así es, el padre del Niembro más conocido hoy por sus andanzas televisivas, que por su breve gestión como secretario de Medios de Carlos Saúl Primero de La Rioja. Por aquellos afiebrados días de la década del 60 y parte del 70, en medio de los cuales Vandor se dio tiempo para asistir a la asunción del General Juan Carlos Onganía, como presidente que tomaba el poder por la fuerza luego de derrocar al gobierno civil de Arturo Illia. Vandor era así, un hombre afecto al poder y a la postre, quien patentó un método adoptado por la dirigencia sindical primero y hoy por la gran mayoría de la sociedad argentina, en lo que podría denominarse un verdadero triunfo intelectual del dirigente metalúrgico. Ese método consistía (según las propias palabras de el Lobo) "en apretar y luego sentarse a negociar".
Así es como funciona la Argentina de hoy, donde el modelo vandorista salta colores políticos, estratos sociales y sectores económicos. El apretar para negociar lo ponen en práctica tanto dirigentes gremiales, como empresarios, peronistas, radicales, socialistas, trotskystas y hasta los mismos hombres de las Fuerzas Armadas cuyo emblema podría ser el mismo Aldo Rico (¿se acuerda del Ñato?) y sus carapintadas de la Escuela de Panamá, que ridiculizaron a Raúl Alfonsín haciéndole comer el huevo de Pascuas más amargo de su vida.
Lo que ocurre es que ahora el vandorismo se nota más porque los medios de comunicación lo amplían y más cuando están en una de las trincheras. Semanas antes del paro agropecuario, Clarín se regodeaba desde sus portadas con el curso que tomaba en Santa Fe, la investigación por el crimen de Abel Beiroz, el secretario general del gremio de Camioneros de aquella provincia. A los pocos días Hugo Moyano, líder nacional de ese gremio contragolpeó con un cartelito que rezaba: "Clarín miente", simultáneamente con un mensaje que los muchachos de Hugo dejaron muy claro ante los gerentes de la Señora de Noble (propietaria del Grupo Clarín), "ojo que al papel que tanto les sirve a sus diarios (3 en Capital Federal y algunos más distribuidos por el interior del país), lo transportamos en nuestros camiones". No hay diario sin papel fue la cruda lección que quedó flotando en el aire. Al día siguiente, los cañones de Clarín comenzaron a disparar casi en modo de alerta. RAdio Mitre en AM, la FM 100 y el propio buque insignia en soporte de papel, dieron cuenta de "un anónimo panfleto que circulaba en un corte de ruta campero, donde se señalaba al Secretario general de los camioneros como titular de un campito de varios miles de hectáreas, comprado a la paquetísima familia Zuberbüler". Aprieto y negocio, recomendaba el Lobo metalúrgico.
Ejemplos como ese tenemos a diario y de a cientos, es una práctica extendida horizontalmente en la sociedad y que parece marcar el grado de exito de determinado reclamo, independientemente del grado de legitimidad que éste tenga. Puede emanar de un piquete matancero con aroma a olla popular o provenir de una camioneta importada con aroma a Hugo Boss, Ralph Lauren o Carolina Herrera. Aprieto y negocio, luego existo
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