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NOVEDAD EDITORIAL

lunes, 15 de marzo de 2010

LA ARGENTINA ANTE UNA CATÁSTROFE



Por Gustavo Márquez
No sería una muestra de originalidad de mi parte, afirmar que la Argentina no está preparada para enfrentar una catástrofe. El manual del periodista indica que antes que nada, debería precisarse qué significa estar preparado para una catástrofe. Invito aquí a una honesta reflexión personal de cada uno que lea estas líneas y por tanto, que intente encontrar respuestas a los siguientes interrogantes. ¿Está preparada la vivienda donde uno habita para enfrentar a una evacuación rápida y medianamente segura? Ni hablar si esa vivienda es un edificio de propiedad horizontal, como los varios miles que se distribuyen en las grandes ciudades de la Argentina y Buenos Aires, como la más emblemática. Siguiendo con lo que sería el mapa cotidiano de cada quien, los transportes que se utilizan masivamente, ¿están preparados para una emergencia? Qué podemos decir de los trenes subterráneos que surcan la ciudad capital del país. Idéntico razonamiento trasladaríamos a los sitios de trabajo, escuelas, universidades, lugares de esparcimiento, etc. Invito a que de ahora en más tengamos otra mirada sobre nuestro entorno más cercano e inclusive que comencemos a ejercer una ciudadanía responsable donde al fin y al cabo, estamos cuidándonos a nosotros mismos, a nuestros mayores afectos, a nuestros seres queridos, a nuestros niños,… a todos. Los expertos en emergencias ante catástrofes dicen que la mejor manera de prevenirse es cambiar nuestro modo tradicional de razonamiento y pensar dónde y cómo puede ocurrir lo peor, incluso lo que nunca pasó. Por ridícula que sea esta lógica, es la que mejor funciona en tiempos de guerra, de conmoción,…de desastres.
Pero aún si a nivel particular, la sociedad se inclinara por adoptar prácticas preventivas ante una emergencia, faltaría en este análisis un actor clave: el Estado. Luego de los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA, la Argentina creó en los 90 el Sistema Federal de Emergencias (SIFEM), que en la práctica hoy no tiene sede, carece de personal y no tiene partida presupuestaria alguna. Si bajamos aún más en la cadena jerárquica del Estado, la actuación ante situaciones de emergencia se atomiza entre las fuerzas de seguridad (que no están articuladas entre sí), para terminar en quienes más cerca están de la gente en estos escenarios: Defensa Civil y los bomberos voluntarios, que no por casualidad son los primeros que aparecen en cuadro cuando una catástrofe se mediatiza y escala en la primera plana de la TV y los grandes diarios. Los gobiernos locales (provincias y municipios), cuentan aún con menos recursos y apenas exhiben en algunos casos, incipientes sistemas de alerta ante incendios forestales como el caso de las versiones locales del Plan Nacional de Manejo del Fuego. Sin embargo el país posee recursos económicos y recursos humanos para desandar este camino y aún está a tiempo de darle contenido al SIFEM y sobre todas las cosas apelando a un primer requisito: la decisión política. El paso siguiente es asumir el liderazgo de un espacio que está hoy literalmente vacío y establecer una unidad de mando y control que efectúe un inventario de los recursos disponibles. Aunque parezca una crueldad similar a la que se asoma cuando se habla de la industria de la guerra, prepararse para hipótesis de emergencia con un fuerte liderazgo del Estado, puede significar poner en marcha un círculo virtuoso que provoque un reacomodamiento para numerosas instituciones que pueden resultar reinventadas, como por ejemplo el caso de las Fuerzas Armadas, dueñas aún de un importante despliegue territorial y de personal entrenado para situaciones extremas. También hay una actividad económica involucrada, que está esperando señales claras como las que alguna vez fueron emitidas por referentes como el General Savio y el Brigadier San Martín, gracias a quienes el país montó sus primeras refinerías de petróleo y sus primeras fábricas de autos y motocicletas, respectivamente. Ya lo hicimos una vez, por qué no intentarlo de nuevo y de paso nos preparamos para lo que viene que nunca se sabe qué es ni por dónde nos sorprenderá.



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