Cuando percibas que hace falta la comunicación, tal vez sea tarde para hacerlo


NOVEDAD EDITORIAL

domingo, 7 de abril de 2013

LA TORMENTA PERFECTA



LA TORMENTA PERFECTA


Por Gustavo Márquez

Termina una semana cargada de símbolos trágicos en la Argentina. Parafraseando a Roland Barthes cuando se refería a una obra teatral, hemos asistido a un “despilfarro semiológico”. Un muestrario de signos que connotan el verdadero estado de la sociedad argentina frente al tema ambiental. Hablo de sociedad para no dejar a nadie afuera, incluyendo a quien esto escribe. Dirigencia política, dirigencia empresaria, comunidad académica y científica y formadores de opinión (entre los cuales está el periodismo), fuimos tapados por el agua en sentido literal e intelectual.
Frente al sol que sale y sobre la humedad del hecho consumado, vale la actitud de los sabios pueblos que se levantaron de sus catástrofes para aprender lo primero, eso que alguna vez escuché de labios de Antonio Brailovsky. “La catástrofe es la manifestación social de un hecho natural”.
Desde 1995 cuando tuve la oportunidad de conocer a Osvaldo Canziani y luego de más de 10 entrevistas e incontables consultas periodísticas que le realicé a este “Discépolo ambiental”, aprendí a volorar su coherencia de vida. Con gente como Canziani, con señores como él cobra sentido aquella humilde enseñanza de mi padre ferroviario: “doctor se hace, señor se nace”.
¿Por qué tomo a Brailovsky y Canziani como dos signos connotadores de contenido para iniciar esta reflexión? Porque en ellos, como en otros insignes argentinos como Bruno Ferrari Bono –uno de los mayores expertos en recursos hídricos de la Argentina y el mundo-, se explica buena parte de por qué nos pasa lo que nos pasa.
De golpe, como un nirvana mediático de superficialidad insuperable, los productores, cronistas y entrevistadores que hasta hace unas horas seguían frenéticamente el ritmo del dólar blue y los fondos buitres, ahora se ocupan de fatigar oídos, ojos y finalmente la atención del ametrallado ciudadano, con repetidas entrevistas a Canziani y Brailovsky. Nos tapan de información para que finalmente abunde la desinformación, como ya lo alertara hace tiempo Giovanni Sartori, un señor que de opinión pública algo sabe. Y así venimos desde el origen de los tiempos por lo menos en el terreno de los medios formadores de agenda (separo explícitamente de ello a la prensa especializada). Corren detrás de las noticias y eso en materia ambiental es un plazo fijo con una sola moneda de cobro: el fracaso.
Al igual que la clase política, si no cambian llegarán siempre tarde. No en vano los dos planetas: el mediático y el político se parecen tanto hasta el punto de mimetizarse uno con otro dialécticamente. La confusión es tal que hasta algún colega que trabaja de funcionario ambiental en La Plata de lunes a viernes, los fines de semana se vuelve a poner el traje de periodista y fustiga profusamente a cuanta administración política ambiental haya, salvo por supuesto los enormes huecos de la gestión Bruera, que ahora quedaron expuestos con brutal crudeza. ¡Jamás se escupe hacia arriba!, también me inculcaron de muy pequeño
Cuando hace falta y sólo por ello, se acude a Canziani y cía. y cuando las aguas bajan, se vuelve a decretar el desinterés de la gente por estos temas y entonces los genios de hoy vuelven a la categoría de “plomos apocalípticos” de ayer, que espantan audiencia y no funcionan para el minuto a minuto. Hay productores periodísticos de fuste y conductores desprevenidos, que hasta hace unos días ignoraban que tanto Osvaldo Canziani, como Vicente Barros y algunos científicos argentinos más, ganaron el Premio Nobel a la Paz, junto a Al Gore en 2007, como integrantes del Panel Intergubernamental de Cambio Climático, el tantas veces mencionado IPCC, que resultó co-premiado junto a Gore, por sus contribuciones a la instalación de la temática del Cambio Climático.
En 1999, me tocó organizar desde la revista Ecogestión que dirigía, el Primer Seminario Internacional sobre Comunicación Ambiental: La nueva agenda. El encuentro contó con la presencia de una distinguida colega del Discovery Channel (que auspició el evento junto a la Embajada de los EE.UU), Angela Swafford. Recuerdo varias circunstancias dignas de evaluar hoy a la distancia. La primera fue el marcado desinterés de los grandes medios de comunicación. ”Ninguna periodista por más Támesis que haya cubierto, vendrá a enseñarme lo que es el Riachuelo”, fue uno de los tantos comentarios que recibí de un colega que en estas horas pasadas no salía de su asombro ante la inundación de Buenos Aires primero y La Plata después. En aquél seminario y más allá de mis escasos méritos en su organización, descolló Osvaldo Canziani. Pasaron 14 años y el agua sube…
Es que la verdadera batalla cultural que libran las sociedades contemporáneas, es contra la manipulación de la información y sobre todo contra la estupidez del ego y de esa Hoguera de Vanidades escenificada por Tom Wolfe sobre la patria financiera, pero aplicable por extensión también a ese mundo mediático que uno de los padres del nuevo periodismo americano, tan bien conoce.
Atrincherarse corporativamente desde la patria mediática para victimizarse (también ellos), con el clásico laltiguillo de “ahora le tratan de echar la culpa al periodismo”, ya no tiene espacio salvo que alguien tenga tan devaluada su autoestima intelectual, como para seguir creyendo en estas falsas divisorias maniqueas.
Resultan esclarecedoras las palabras de Lester Brown, el economista que lidera el movimiento de la ecoeconomía y uno de los padres del concepto de “desarrollo sustentable”, que da nombre a tantas área ambientales de gobierno, cuando en una entrevista al diario El Mundo de España, reconoció el fracaso de instalación efectiva de este paradigma, el de la sustentabilidad. “Tal vez, afirma Brown, debimos haber hecho hincapié en el desarrollo insustentable que es el actual modelo y el que la gente ve y padece  con mayor claridad”
Lo cierto es que al igual que lo ocurrido con el crujiente  edificio de la economía neoliberal del Consenso de Washington,  al húmedo y recalentado modelo del desarrollo insustentable –enlazado filosóficamente con el primero-, hay que enfrentarlo con un cambio cultural en el que comprendamos que no es con el esquema de la pirámide invertida, sacralizado por el planeta mediático como se va a cambiar el proceso de decisiones de políticos y ciudadanos. Ambos actores son claves: los primeros por el nivel de prioridades que le imprimen a su gestión y los segundos (nosotros), por nuestro enorme poder para premiar y castigar, cuando votamos y cuando consumimos información.