LA
TORMENTA PERFECTA
Por Gustavo Márquez
Termina
una semana cargada de símbolos trágicos en la Argentina. Parafraseando a Roland
Barthes cuando se refería a una obra teatral, hemos asistido a un “despilfarro
semiológico”. Un muestrario de signos que connotan el verdadero estado de la
sociedad argentina frente al tema ambiental. Hablo de sociedad para no dejar a
nadie afuera, incluyendo a quien esto escribe. Dirigencia política, dirigencia
empresaria, comunidad académica y científica y formadores de opinión (entre los
cuales está el periodismo), fuimos tapados por el agua en sentido literal e
intelectual.
Frente
al sol que sale y sobre la humedad del hecho consumado, vale la actitud de los
sabios pueblos que se levantaron de sus catástrofes para aprender lo primero,
eso que alguna vez escuché de labios de Antonio Brailovsky. “La catástrofe es
la manifestación social de un hecho natural”.
Desde
1995 cuando tuve la oportunidad de conocer a Osvaldo Canziani y luego de más de
10 entrevistas e incontables consultas periodísticas que le realicé a este
“Discépolo ambiental”, aprendí a volorar su coherencia de vida. Con gente como
Canziani, con señores como él cobra
sentido aquella humilde enseñanza de mi padre ferroviario: “doctor se hace,
señor se nace”.
¿Por
qué tomo a Brailovsky y Canziani como dos signos connotadores de contenido para
iniciar esta reflexión? Porque en ellos, como en otros insignes argentinos como
Bruno Ferrari Bono –uno de los mayores expertos en recursos hídricos de la
Argentina y el mundo-, se explica buena parte de por qué nos pasa lo que nos
pasa.
De
golpe, como un nirvana mediático de superficialidad insuperable, los productores,
cronistas y entrevistadores que hasta hace unas horas seguían frenéticamente el
ritmo del dólar blue y los fondos buitres, ahora se ocupan de fatigar oídos,
ojos y finalmente la atención del ametrallado ciudadano, con repetidas
entrevistas a Canziani y Brailovsky. Nos tapan de información para que
finalmente abunde la desinformación, como ya lo alertara hace tiempo Giovanni
Sartori, un señor que de opinión pública algo sabe. Y así venimos desde el
origen de los tiempos por lo menos en el terreno de los medios formadores de
agenda (separo explícitamente de ello a la prensa especializada). Corren detrás
de las noticias y eso en materia ambiental es un plazo fijo con una sola moneda
de cobro: el fracaso.
Al
igual que la clase política, si no cambian llegarán siempre tarde. No en vano
los dos planetas: el mediático y el político se parecen tanto hasta el punto de
mimetizarse uno con otro dialécticamente. La confusión es tal que hasta algún
colega que trabaja de funcionario ambiental en La Plata de lunes a viernes, los
fines de semana se vuelve a poner el traje de periodista y fustiga profusamente
a cuanta administración política ambiental haya, salvo por supuesto los enormes
huecos de la gestión Bruera, que ahora quedaron expuestos con brutal crudeza. ¡Jamás
se escupe hacia arriba!, también me inculcaron de muy pequeño
Cuando
hace falta y sólo por ello, se acude a Canziani y cía. y cuando las aguas
bajan, se vuelve a decretar el desinterés de la gente por estos temas y
entonces los genios de hoy vuelven a la categoría de “plomos apocalípticos” de
ayer, que espantan audiencia y no
funcionan para el minuto a minuto. Hay productores periodísticos de fuste y
conductores desprevenidos, que hasta hace unos días ignoraban que tanto Osvaldo
Canziani, como Vicente Barros y algunos científicos argentinos más, ganaron el
Premio Nobel a la Paz, junto a Al Gore en 2007, como integrantes del Panel
Intergubernamental de Cambio Climático, el tantas veces mencionado IPCC, que
resultó co-premiado junto a Gore, por sus contribuciones a la instalación de la
temática del Cambio Climático.
En
1999, me tocó organizar desde la revista Ecogestión que dirigía, el Primer
Seminario Internacional sobre Comunicación Ambiental: La nueva agenda. El
encuentro contó con la presencia de una distinguida colega del Discovery
Channel (que auspició el evento junto a la Embajada de los EE.UU), Angela
Swafford. Recuerdo varias circunstancias dignas de evaluar hoy a la distancia.
La primera fue el marcado desinterés de los grandes medios de comunicación. ”Ninguna
periodista por más Támesis que haya cubierto, vendrá a enseñarme lo que es el
Riachuelo”, fue uno de los tantos comentarios que recibí de un colega que en
estas horas pasadas no salía de su asombro ante la inundación de Buenos Aires
primero y La Plata después. En aquél seminario y más allá de mis escasos
méritos en su organización, descolló Osvaldo Canziani. Pasaron 14 años y el
agua sube…
Es
que la verdadera batalla cultural que libran las sociedades contemporáneas, es
contra la manipulación de la información y sobre todo contra la estupidez del
ego y de esa Hoguera de Vanidades escenificada por Tom Wolfe sobre la patria
financiera, pero aplicable por extensión también a ese mundo mediático que uno
de los padres del nuevo periodismo americano, tan bien conoce.
Atrincherarse
corporativamente desde la patria mediática para victimizarse (también ellos),
con el clásico laltiguillo de “ahora le tratan de echar la culpa al
periodismo”, ya no tiene espacio salvo que alguien tenga tan devaluada su
autoestima intelectual, como para seguir creyendo en estas falsas divisorias
maniqueas.
Resultan
esclarecedoras las palabras de Lester Brown, el economista que lidera el
movimiento de la ecoeconomía y uno de los padres del concepto de “desarrollo
sustentable”, que da nombre a tantas área ambientales de gobierno, cuando en
una entrevista al diario El Mundo de España, reconoció el fracaso de
instalación efectiva de este paradigma, el de la sustentabilidad. “Tal vez,
afirma Brown, debimos haber hecho hincapié en el desarrollo insustentable que
es el actual modelo y el que la gente ve y padece con mayor claridad”
Lo
cierto es que al igual que lo ocurrido con el crujiente edificio de la economía neoliberal del Consenso
de Washington, al húmedo y recalentado
modelo del desarrollo insustentable –enlazado filosóficamente con el primero-,
hay que enfrentarlo con un cambio cultural en el que comprendamos que no es con
el esquema de la pirámide invertida, sacralizado por el planeta mediático como
se va a cambiar el proceso de decisiones de políticos y ciudadanos. Ambos actores
son claves: los primeros por el nivel de prioridades que le imprimen a su
gestión y los segundos (nosotros), por nuestro enorme poder para premiar y
castigar, cuando votamos y cuando consumimos información.