Cuando percibas que hace falta la comunicación, tal vez sea tarde para hacerlo


NOVEDAD EDITORIAL

sábado, 26 de diciembre de 2009

EL AÑO DE LA COMUNICACIÓN: ES LA TV, ESTÚPIDO …













Por Gustavo Márquez
El 2009 cierra con varias señales claras sobre lo que esencialmente ha sido: un año difícil de pasar por alto, para los que nos especializamos en la Comunicación. Si aceptamos la trampa dialéctica de que la imagen vale más que las palabras, la TV es la consagración del “ágora electrónica” como sabiamente define Giovanni Sartori a esta época, donde pareciera que todo nace y muere en la pantalla de TV.





Desde la TV se construye la imagen de los dirigentes políticos; se colocan y sacan ministros (chau Posse); se dictan las políticas de seguridad (hola Susana); se pontifica sobre la ética muchas veces habiéndola practicado poco (¡qué bueno! Mariano); se intenta humanizar a la maldita policía (Policías en Ficción); se hace lobby para poner y sacar técnicos de equipos de futbol y de la propia Selección Nacional (no es cierto don Niembraaa); se predica el evangelio y se venden lotes en el paraíso vip (sin distinción de credos); se ofertan cuerpos y servicios de toda índole, como si el oficio más antiguo del mundo ahora fuese la profesión más respetable y el camino obligado al Minicooper; y se les concede a los millonarios la facultad de ser famosos sólo por el simple hecho de ser miembros de número de la Academia de Esperanto (bienvenido Fort).




Políticos, empresarios, opinadores, encuestadores, modelos, animadores, imitadores, millonarios, y demás integrantes de la fauna mediática, ¿sabrán que han entrado en la órbita de lo fugaz?. ¿Quién se recuerda hoy de los ganadores de Gran Hermano?; ¿Qué fue de la vida de las chicas y chicos de Bandana y Mambrú”; y de Guillermo Cherasny, aquel todoterreno del verbo y los pechos inflamados, ¿qué habrá sido? Algún cultor de la ironía me aseguró haber visto a todas estas personas intentando comprar algunos kilos de “prestigio”, en el mismo lugar donde acude diariamente para recuperar el suyo, Jorge Bucay (¿se acuerdan del terapeuta de los famosos?) Pero cómo podrá el común de los mortales recordarse de los mediáticos antes mencionados, si con apenas seis meses de distancia, las festejadas imitaciones de los políticos en el programa de Tinelli parecieran haber ocurrido hace un año o más. Señoras y señores, queridos chichipíos (ahí sí había prestigio, ¿no Tato?), pasen a la ficción de la fama. La misma que está unos cuantos peldaños más abajo que el prestigio, por eso cuando sube la freática lo primero que se lleva es la fama. Fama y fugacidad son dos caras del mismo cuño y pobre de quien no lo sepa asumir. Tan feroz es la no fama, la intranscendencia, que alguna vez Charles Aznavour le espetó en la cara a Jacques Brel, un comentario brutal acerca del retiro de los artistas: “Tú no te retiras cuando quieres, sino cuando lo decide el público”, conforme a un calificado testigo de aquel diálogo entre los dos juglares: nuestro Jairo.



Pero si hoy parece lejana la parodia de uno de los mejores compositores de personajes (imitador le queda chico), sobre Cristina Fernández de Kirchner, tanto así también resulta la irrupción de Alfredo de Angelis. Sí, el verdadero no su imitador; ese mismo fenómeno de los medios de comunicación (sobre todo de TN y Majul), al que alguna vez le hicieron creer que había protagonizado un 17 de octubre. Sí, el mismo que en el acto de fin de año de la “Mesa de Des-enlace”, no pudo subir al palco donde Biolcati incitaba a marchar sobre la gobernación de la Pcia. de Buenos Aires, ¿no será mucho?, diría el entrañable Adolfo Castello. Y sobre la memoria de este prestigioso y talentoso periodista, permítaseme jugar una metáfora que pinta de cuerpo entero cómo estamos: el micrófono de Radio Mitre que tan bien utilizara Castello, hoy lo ocupa…Chiche Gelblung. Sí!!!, una vez más acertó la Tía Maruca, este es el mismo Chiche que dirigió la revista Gente durante la Dictadura y que hace unos días proclamó que Ricardo Fort podía ser un presidenciable!!! Como si viviera estas épocas de alocada fama mediática, Cátulo Castillo escribió alguna vez: “¡Ya sé, no me digás! ¡Tenés razón!/La vida es una herida absurda,/y es todo todo tan fugaz/ que es una curda, ¡nada más!/ mi confesión”, para finalmente cerrar con una profecía discepoliana: “Cerrame el ventanal/ que quema el sol/su lento caracol de sueño,/ ¿no ves que vengo de un país/ que está de olvido, siempre gris,/ tras el alcohol?”



Así se van acomodando los protagonistas en este carrusel de vanidades donde manda la imagen y reina el power point, pero claro eso se paga y por eso, en cualquier ámbito (reunión de trabajo, mesa de exámenes, reunión social y aún en la vidriera fugaz de los medios), sacan rápida distancia del resto los que vienen bien leídos. Esa es entonces la primera recomendación que puedo hacer a quien quiera mejorar su discurso y con ello, su capacidad de comunicar. Leer y leer bien, cosas bien escritas. Uno vive como piensa y piensa en la misma dirección cómo incorporó el conocimiento. Si lo hizo bajo esta cultura del video clip en la que todo, absolutamente todo entra por los ojos. El pensamiento (aún siendo el de una persona muy informada), es fragmentado sin sustento en una pluralidad de fuentes por eso los discursos se fragmentan en un minimalismo falto de todo rigor. Nada, absolutamente nada, reemplazará en el cerebro humano el efecto que provoca la lectura, la reflexión personal y ese acontecimiento universal que significa ser libre de pensar y razonar a partir de una riqueza de aportes recibidos y sobre todo, buscados. La imagen nos ataca, viene a nuestro encuentro sin pedir permiso. La palabra escrita es más valiosa porque es elegida y se legitima en una segunda elección que el lector hace: la de continuar la lectura hasta el final (como lo están haciendo ustedes ahora). Hay dos actos soberanos del lector: el primero se realiza cuando se escoge qué se va a leer y el segundo es cuando se le abre un voto de confianza a esa lectura para llegar al final de la obra.
Las sociedades cuya opinión pública actúa sólo por el impulso mediático de lo audiovisual, tienen comportamientos veletas (giran tanto como las veces que cambia el viento), son permeables a la fugacidad de lo frívolo y reproducen este esquema en sus decisiones, lo que obviamente incluye desde la marca del desodorante hasta el presidente de la nación que se elija.
A dos años de un nuevo ejercicio de fe republicana, si se juzga por lo que ocurrió en el 2009, tal vez Chiche (Gelblung, no Duhalde), tenga razón y la gente elija a un millonario como ya ocurrió con la Ciudad de Buenos Aires o con Italia. Uno puede imaginar que ese mismo día, haya entrada libre en Esperanto y la pantalla gigante de su interior coloque un título estilo Crónica sobre fondo rojo que diga: “vamos ganando, que traigan al Principito”